22 de mayo de 2012

Maestros de cada día

Por Xavier Busquet
 
La muerte es un misterio. El morir no. El morir forma parte de la vida, como el nacer. Vivimos en una sociedad que negando la muerte niega el morir. Y negando el morir desposee a la persona que muere de su dignidad. Negando el morir reclama la profesionalización del cuidado de los moribundos. Los profesionales se encuentran ante el sufrimiento, ante el “dolor total” que genera toda situación límite. Lo biológico, lo mental y lo psicológico, lo social y lo familiar, lo espiritual y lo religioso: todo ello forma un todo a acompañar. Tratar lo tratable; acompañar lo intratable. Se impone la última parte del viejo aforismo: “Curar a veces. Mejorar a menudo. Confortar siempre.” Atender a una persona que se halla al final de su vida implica trascender lo biológico, acoger lo biográfico y fortalecer la toma de decisiones propias.
 

En este contexto entendemos lo espiritual como un recurso profundamente humano y universal, que nos mueve a reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás, y con lo que nos trasciende a nosotros mismos y a los demás. Dar a la persona el espacio para poder hacer este trabajo posibilitará el morir en paz. Negarlo, centrarse solo en lo biológico, deshumaniza la asistencia, aísla al enfermo y deja a los familiares heridas a menudo insalvables. Dicen que por cada muerte hay cinco afectados para toda la vida. Atender bien el morir es, paradójicamente, medicina preventiva.
 

Sirva de ilustración esta vivencia, 24 horas antes de la muerte de Francesc, uno más de los maestros que nos regala la vida cada día:
 

“50 años. Extremadamente delgado: en lugar de rabia una sonrisa ancha.
 

–Cuando murió mi madre me enfadé mucho, mucho. La vida es una estafa, me decía… y me decía a mí mismo que esto no podía ser. No hallaba salida. Con el tiempo ví que la vida tiene sentido, pero no lo sabemos y esto es fantástico. Lo más fantástico de la vida es que tiene sentido y no sabemos cuál es.
 

La enfermera pregunta:
 

–¿Como un misterio?
 

–Exacto, esta es la palabra exacta. Misterio.
 

Explica, con su amable sonreír:
 

–Al caer enfermo reencontré el placer por el trabajo, y en un mes hice un proyecto arquitectónico que normalmente me costaba seis meses hacer: era como si la mente se me hubiera abierto. Lo he regalado a los del despacho… Era todo claro, transparente.
 

Ahora me pide que me siente a su lado, en la cama.
 

–El cuerpo es una máquina perfecta. Ahora las bisagras chirrían, pero continuo siendo el “gamberro” que era de pequeño. Me siento el mismo, me gusta el contacto físico, la batalla cuerpo a cuerpo, el contacto: así es como me comunico con los hijos, y me gusta.
 

No puedo evitarlo y le acaricio la cara en muestra de gratitud y admiración.
 

Ayer le dijo a la esposa, antes de dormir:
 

–No me llores. Yo velaré por ti y por los niños, con una varita mágica. Quién sabe. Ahora es el tiempo que muere la salvia”.

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