2 de mayo de 2012

Mi apuesta por la izquierda

Por Joaquim Gomis

Esta mañana, casualmente, he encontrado estas palabras de Alfonso C. Comín, escritas en la Pascua de 1974, en su valiosa introducción a las obras completas de Emmanuel Mounier: “El Ciervo, especialmente en su tarea de revista pionera de un nuevo modo de pensar para el cristiano”. Lo escribe hablando de la influencia de Mounier, en España, no tanto a través de discípulos o escuelas propiamente dichas, sino más en diversas revistas, y la primera que cita es esta, nuestra y suya (“Mounier se ‘infiltró’ a través del pensamiento contestatario cristiano contra toda corriente oficial”). Luego no sé si las cosas han seguido por el mismo camino y uno a veces se siente hoy lejano de quienes se presentan como seguidores de Mounier. No soy ningún especialista para dictar sentencia mounierista pero ciertamente en aquellos primeros tiempos de esta revista el testimonio y el mensaje de Mounier –como de sus sucesores en la dirección de Esprit, Béguin y Domenach– estuvo muy presente. No la busquen quienes, por edad, hoy apenas les conocen. Les costará encontrarla porque era un presencia diría que oculta. No por deseo de ocultarla sino porque era como subterránea, de corriente de fondo.

Lorenzo, nada dado al panegírico y poco a extenderse en el elogio de personajes, escribió en el lejano 1957 un artículo reveladoramente titulado “Una aventura” dedicado a Mounier y a Béguin tras la muerte de éste, siete años después de la muerte del primero. Lorenzo humoriza sobre el hecho de que los dos murieran “a media vida y en pleno trabajo” aunque fueran solo directores de una revista modesta y pobre como Esprit (humoriza, digo, porque por lo que cuenta acababa de publicarse un estudio según el cual era la presidencia de Estados Unidos el cargo que “mataba” más pronto a sus ocupantes). Pero más allá de esta anécdota, quien lea hoy aquel artículo percibirá una clara admiración del director de El Ciervo por sus colegas franceses. No exactamente por identidad de opciones sino por algo más hondo: por sintonía de actitudes. O, dicho de otro modo, por comunión en lo que anuncia el título del artículo: “Una aventura”. Que se explica en la cita de Mounier que encabeza el artículo: “Lo esencial es el sentido de la búsqueda y la calidad de los hombres”. Frase típicamente mouneriana y me atrevería a decir que definitoriamente ciervística. Creo.

Mounier y Comín se cuelan

Titulé que Mounier y Comín se colaban. Y es que un servidor quería hablar hoy sobre la izquierda pero ha encontrado por azar la cita de Alfonso que le ha llevado a Emmanuel y luego a Lorenzo y uno tras otro –todos queridos– se han ido colando. No lo lamento porque siempre es mejor hablar de personas que no de temas. Y lo previsto –la izquierda–, a pesar del enfoque que uno había imaginado, tenía el riesgo de aparecer como un tema.


No quería hablar de la izquierda como una cuestión teórica, como un problema. Ni intrincarme en juicios sobre la izquierda actual, su presente y su porvenir. De ello, por lo que he me ha enseñado Alexis –después de compartir entusiasmos por los éxitos de su Athletic de Bilbao– ya se habla con mayor competencia en este número. Competencia y en general notable pesimismo, lo cual ya declaro que me duele. No porque disienta –hay de todo– sino por algo más hondo.

Que es precisamente de lo quería hablar en esta página. Y que ya va siendo hora de comunicar. Porque se trata simplemente de una confesión. Que no sé si interesará al lector, pero sí me interesa a mí. Y mucho. Porque se trata de una confesión que lamentaría no quedara claramente afirmada en estas páginas en las que mes tras mes intento comunicarme. Me pregunto: ¿queda suficientemente claro que una de mis opciones más hondas es la apuesta por la izquierda? Una opción que no admite vacilaciones, dudas, escepticismos. Es como una fe connatural. No sabría vivir sin ella. Aunque no sepa demasiado como justificar. Volviendo a Mounier, podría hacer mía la definición que él hacía de su personalismo: para mí la izquierda no es un sistema y menos una pertenencia a tal o cual organización sino “una perspectiva, un método, una exigencia”. O dicho con otras palabras, es un modo de sentir, de juzgar, de intentar actuar. 

Por eso, porque es una opción básica, puede admitir la crítica de las izquierdas –de las organizaciones, teorizaciones, etc., que se presentan como de izquierdas– pero ello no lleva al abandono. No participo de la actual tendencia a criticar las izquierdas hasta denigrarlas o simplemente abandonarlas. El que esté limpio de culpa que tire la primera piedra. Veo muchos con la piedra en la mano, pocos que reconozcan que la culpa es compartida. Las piedras sirven para construir, para edificar, no para derruir.

De ahí que quiera comprometerme a ser fiel a la opción por la izquierda. En todos los campos: en la política, en la lucha social, en el ámbito de la creencia y de la comunión cristiana. Me disgusta que los defectos de las izquierdas sirvan como excusa para el abandono de la izquierda. O para escoger dos caminos que me parecen equivocados. Uno es la exaltación de posiciones de extrema izquierda, que juzgo erróneas porque no construyen (Mounier hablaba de la necesidad de luchar contra “el desorden establecido” que defienden las derechas pero un desorden no se combate desde otro desorden). El otro camino equivocado es a mi parecer el del centroizquierda, muchas veces simple derecha disimulada, partidaria de las soluciones medias que –como decía Bernanos– suelen ser soluciones mediocres (y aquí me permito recordar un artículo que se titulaba “Las soluciones medias”, basado en estas palabras de Bernanos, que publiqué en el lejano 1957).

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