26 de junio de 2012

El polar y los bandidos

Por Manuel Quinto


La novela y el cine negro franceses, ambos conocidos como polar, surgen después de la Segunda Guerra Mundial por la influencia del hard boiled americano de Hammett y Chandler, del ambiente de la música de jazz y del cine hollywoodiense realista de los 40. Sin embargo, la cultura francesa tenía ya sus propias raíces en los folletines de Dumas, Sue y Féval, las famosas Memorias de Vidocq, el Monsieur Lecocq de Emile Gaboriau y, en cuanto al cine, el realismo lírico de Carné-Prévert-Gabin y films como Pépé, le Moko de Duvivier o El crimen de monsieur Lange, de Jean Renoir. La nouvelle vague, heredera de la política de autores y de las reivindicaciones de la revista Cahiers du Cinéma, demostró una gran pasión por el género, palpable en algunas destacadas realizaciones de sus jefes de fila Godard, Truffaut y, sobre todo, Claude Chabrol, mientras que se popularizaban las cintas diríamos de serie B protagonizadas por Eddie Constantine. A partir de los años 60, con el estrellato rutilante de Delon, Ventura, Belmondo y Montand, el cine francés nos ofrece obras que hoy en día son clásicos incontestables de la mano de Jean Pierre Melville, Jean Pierre Mocky, Jacques Becker o Bertrand Tavernier.
 

Si la crónica gangsteril americana se fundamenta en la época de la Ley Seca, luego en la Depresión y finalmente en el auge del narcotráfico, la correspondiente a Francia tiene sus raíces en el anarquismo de principios de siglo, las consecuencias de la colaboración con el régimen nazi y más tarde con la deriva de los pied-noirs y los harkis tras la guerra de Argelia. Películas que se han basado en la biografía de famosos fuera de la ley en el país galo han sido, a guisa de ejemplos, La bande a Bonnot (1968), de Philippe Fourastié, sobre Jules Bonnot, atracador anarquista muerto por la policía en Choisy-le-Roi en abril de 1912; la pareja de bandidos formada por Abel Danos y Raymond Naldi, que sirvieron de modelo en A todo riesgo (1960), primer film de Claude Sautet, con Lino Ventura y Jean Paul Belmondo; los elegantes Paul Carbone y François Spirito ilustraron la demasiado mitificadota Borsalino (1970), de Jacques Deray, que volvió para cuidar, esta vez con descarnado realismo, de las andanzas criminales de Emile Buisson, acusado de 30 asesinatos y 100 atracos y guillotinado en 1956, en Flic Story (1975), según el libro de Roger Borniche, el joven inspector de la Sureté que logró detenerlo.
 

Siguiendo esta elección de materiales, se ha estrenado ahora Les Lyonnais de Oliver Marchal, un director que fue él mismo policía, que se desligó del cuerpo para ser actor y guionista de la televisión y que luego se ha dedicado abiertamente a fundir sus experiencias en el campo del “polar”. Sus películas anteriores vistas en España fueron Asuntos pendientes (2004), nueva versión de Quai des Orfèvres, que Henri Georges Cluzot rodó en 1947, y MR 73 (2008), historia de un policía marsellés traumatizado por la muerte de su esposa e hija, que debe enfrentarse a un asesino en serie, además de a sus propios demonios.
 

Les Lyonnais cuenta en dos tiempos, pasado y presente, la historia del gitano Edmond Vidal, conocido por Momon, que junto con su inseparable compañero Serge Suttel lideraron una banda que perpetró numerosos atracos en la región lionesa a principios de los 70. El presente de Momon es el de un hombre en la sesentena, padre y abuelo, que se ha retirado de los affaires y pretende vivir una existencia tranquila con su familia y fieles amigos. La irrupción de Serge en sus planes despierta su sentido de la amistad y la solidaridad, lo que le lleva a preparar la fuga de su antiguo compañero de fechorías, que ha seguido fuera de la ley y que ha mantenido nuevos lazos con peligrosos individuos con los que tiene deudas que pagar. El pasado, servido en rápidos flash-backs con textura fotográfica diferente, nos permite ver la trayectoria juvenil de Vidal y Suttel, desde que fueron a la cárcel por un robo de cerezas, hasta sus más osados golpes en establecimientos bancarios. La combinación de estas dos intersecciones temporales traza las líneas maestras de la evolución de uno y otro, hasta propiciar un desenlace de fuerza shakesperiana.
 

Marchal logra una buena película, porque no olvida las enseñanzas de los clásicos. Es trágico como Coppola, crepuscular como Peckimpah, otorga primacía al destino como Lang y, bajando un escalón, se ambienta en los ecos de José Giovanni, novelista y director, que fue condenado a muerte y amnistiado y del que podemos señalar un precedente en su Le Gitan (1975), protagonizado por Alain Delon.

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