2 de julio de 2012

En defensa de la política

Por Jordi Pérez Colomé

La penúltima etapa de la crisis económica de España ha sido el rescate bancario. El dinero europeo ha ido en el caso español –de momento– a los bancos. Después de los rescates de los gobiernos de Grecia, Irlanda y Portugal, en España la administración ya había hecho algunos deberes e impuesto medidas –más o menos acertadas– para paliar daños futuros. Es difícil saber ahora qué pasará. Cuando escribo no lo parece, pero la situación por supuesto puede aún empeorar y que todo esto no sirva para nada. Por ahora es indudable que los directivos de varios bancos gestionaron mal sus empresas y ahora necesitan más ayuda que el gobierno. Los bancos son más importantes para un país que sus fabricantes de coches, por ejemplo. Algunos banqueros creyeron que jugaban con red y sus errores deben ahora arreglarlos otros.

No sé qué responsabilidad deben asumir los directivos de las entidades que arriesgaron más de la cuenta. Pero sí me parece que el trabajo de los políticos está peor pagado y es más difícil. Políticos y banqueros coinciden en algo: ninguno de los dos gestiona su dinero. Los descalabros son así menos dolorosos. Pero el político debe salir a menudo a explicar por qué ha hecho algo. Como es lógico, intentará disimular y decir medias verdades para que creamos sus argumentos y demos menos importancia a sus errores. Pero podrá disimular solo un rato. Al final los hechos se imponen.


No todos los políticos son honestos, pero su labor de representación política es indispensable en una democracia. Como en otros oficios, para ser político hay que tener un carácter particular. Así que es de agradecer que se dediquen a esto quienes tienen capacidad de servicio público, ganas de notoriedad y convicción fuerte para defender unas ideas. Ya he contado aquí otras veces que el modo de seleccionar políticos que tienen los partidos no es el mejor. Cuenta aún demasiado el trabajo y las amistades en pasillos para subir. Los partidos españoles no son plataformas para que los individuos que quieran entren en la vida pública, son más bien empresas públicas que escogen a sus jefes con criterios confusos. Pero la apertura de los partidos es otro debate.


Los ciudadanos tienen todo el derecho a criticar a los políticos porque les pagan; son sus jefes. Pero los políticos merecen el respeto de alguien que hace un trabajo que todos podrían escoger, pero por lo que sea han preferido otro camino. En mi caso, el periodismo se adapta mejor a mi manera de ser. He sentido pocas veces la pasión necesaria por una idea como para debatir en público en su favor. Hace años charlaba sobre un conocido que empezaba a meterse en política con Lorenzo Gomis, fundador y director de esta revista durante medio siglo. Hablábamos de sus méritos y motivos. Había algo que hizo concluir a Lorenzo que “ni tú ni yo nos dedicaremos nunca a la política”. Él cumplió y yo voy por el camino.


La política es el arte necesario para mantener el poder. Cuando no hay política, el poder se reparte con otros medios: la violencia es el más común. Algunos dictadores defienden su labor como los que han acabado con la “lacra” de los políticos y sus trampas y corruptelas. Estoy ahora unos días en Egipto para ver de cerca la transición. No hay mejor laboratorio para ver la rudeza de la política que un país que debe ensuciarse en los pasillos de la política tras una revolución llena de pureza. Tras la salida de Hosni Mubarak, los pilares del antiguo régimen se han recolocado para mantener el poder. Pero ya no están solos: el islam político y los jóvenes revolucionarios tratan de comerles el terreno. Es el turno de la política y es mejor que lo que había antes. En Egipto la democracia es endeble porque la tradición es débil y el modo de lograr votos roza lo ilegal. En España en la transición hubo momentos similares.


He hablado estos días con un joven egipcio metido en un partido político. Lamentaba lo difícil que es cambiar una sociedad como la egipcia. Tenía prisa por mejorar el país: eliminar subsidios, mejorar la educación, montar una base fiscal sólida, castigar el acoso a las mujeres. Todas sus medidas eran razonables. Me preguntó por qué había surgido un movimiento como el 15M en España. Le dije que hay mucha gente descontenta con el modo de hacer política, aunque no luchaban por una petición única como en la revolución egipcia contra Mubarak. “¿Entonces cambiar las cosas en democracia también es tan lento y difícil, solo puedes votar cada cuatro años?” Parece que sí.


A pesar de todo esto, la política y sus fallos es la mejor alternativa que tenemos. Es el modo más eficaz de ver que una sociedad está formada por gente distinta y que todos tienen en algún momento sus opciones de mandar. Habrá mejores alternativas quizá en el futuro, pero mejor no soñar mucho. Las mejores democracias del mundo –Reino Unido, Estados Unidos, Escandinavia, Suiza– no son lugares ideales. Es bonito esforzarse en mejorar el sistema que nos gobierna, pero es útil no olvidar que es lo más delicado que hemos creado.

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