16 de octubre de 2012

¿Mi cuento infantil preferido? El viaje de las cigüeñas

Por Cristina Peri Rossi
 
Todo hacía suponer que los niños eran traídos de París por las cigüeñas, en sus largos picos. Si yo no había visto nunca tal acontecimiento se debía a que viajaban de noche, mientras dormía. ¿Y de día? ¿Dónde estaban las cigüeñas de día? Estaban en París. El argumento parecía concluyente: los padres escribían una carta a las cigüeñas y al cabo de un tiempo, éstas traían un hermoso bebé al hogar. ¿No se caían por el camino? ¿Ningún bebé se zafaba del pico y aterrizaba penosamente en el suelo? No. El pico de las cigüeñas era firme. ¿Y si era tan firme, no les hacía daño? No, porque sabían muy bien lo que hacían. Era su trabajo: traer hijos de París a Montevideo y luego, volverse. No tenía la más remota idea de dónde quedaba París, pero me habían dicho que era una ciudad europea elegante y culta que los desalmados nazis habían invadido. Entonces, cuando París fue invadido, ¿las cigüeñas siguieron funcionando? Sí, porque volaban alto y ni los nazis las veían. ¿Las cigüeñas sabían leer las cartas? Sí, como yo había aprendido –sola– a leer en largas tardes de verano. ¿Dónde estaba Europa? Mi madre me dijo que muy lejos, como dos meses de barco, y mi padre afirmaba que Europa no existía, era un invento de los diarios, porque si hubiera existido alguna vez, no llevarían cincuenta años peleándose.  

Cuando le conté a mi primo Eduardo –un año menor– que los niños venían de París en el pico de las cigüeñas, horrorizado, me preguntó: ¿y cuándo se los tragan? Me pareció una pregunta razonable. A los niños no les gustan las preguntas sin respuestas, y a mí, menos, así que le dije: se los tragan a la cena, y después, vuelan por encima de los nazis hasta Montevideo. Le pareció una respuesta muy adecuada. A mí también.

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