2 de octubre de 2012

Prato, en la Toscana

Por Pere Escorsa
 
La región Toscana es famosa por ser una de las principales cunas del Renacimiento. Cuenta con ciudades bellísimas como Florencia, Pisa o Siena. En Toscana trabajaron genios como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. No lejos de Florencia se halla la ciudad de Prato, poco turística, con unos 200.000 habitantes, que desde hace siglos ha sido la capital de la industria textil italiana, especialmente en el sector lanero. Tradicionalmente Prato era conocida por su habilidad en el aprovechamiento de  retales de lana.
 

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las principales empresas de Prato fueron destruidas por los alemanes o quebraron. Entonces, una multitud de trabajadores del ramo crearon pequeñas empresas, la mayoría con menos de diez obreros, que pronto se especializaron en una fase o subfase del proceso productivo (hilatura, tejido, confección) dando origen a un entramado de empresas que conjuntamente abarcaban todo el ciclo productivo. Esta concentración de empresas del mismo sector en un territorio se denomina distrito industrial –distretto– posteriormente llamado también cluster. En otros sectores italianos, como el calzado, la madera y el mueble, la cerámica o la joyería, aparecieron distretti similares. Emilia Romagna es otra región que cuenta con numerosos distritos.  Hace años trabajé como experto de la Comisión Europea en un proyecto de coordinación de las empresas de la provincia de Pisa. Recuerdo todavía acaloradas discusiones con los empresarios del distrito del mueble de Cascina, cerca de Pisa. 
 

Durante el período 1950-1980, el distrito vivió una gran prosperidad. En Prato se contabilizaban 15.000 telares. La calidad de los tejidos fue aumentando gradualmente, con un mayor contenido de lana virgen. Algunas empresas producían productos sofisticados de cachemira, alpaca o mohair. Se exportaba a los mercados ricos de Alemania, Inglaterra, Francia o Estados Unidos. En 1982 Prato exportó el 75 por ciento de su producción.
 

Pero en los años 90 del pasado siglo comenzaron a observarse señales de que el distrito pratense se estaba desintegrando. Algunas de sus empresas comenzaron a deslocalizarse al exterior (Europa del este, sudeste asiático). Otras utilizaron proveedores de países de mano de obra barata, en lugar de sus tradicionales suministradores locales. Algunas grandes multinacionales comenzaron a comprar empresas del distrito. Aparecieron discretamente pequeñas empresas chinas dedicadas a la confección. Aumentó el uso de servicios prestados por empresas exteriares a Prato, tales como diseño, calidad, estudios de mercado, informática, etc.
 

El distrito fue perdiendo su carácter autosuficiente.
 

En la primera década de este siglo se evidenció algo más grave. Las ventas en los mercados tradicionales exteriores comenzaron a disminuir, incluso en Alemania, debido a la presencia creciente de competidores asiáticos que vendían productos de menor calidad  pero a un precio mucho más bajo. En los años 90 China había entrado en la Organización Mundial del Comercio y se permitió que sus productos invadieran Occidente. Muchas empresas de Prato quebraron.
 

Edoardo Nesi, empresario de tercera generación que tuvo que cerrar su empresa, relata la experiencia en su libro La historia de mi gente (Salamandra, 2012). Muchos telares fueron vendidos a precios de saldo y acabarán en India o Pakistán. Los locales que dejaron las empresas quebradas fueron ocupadas progresivamente por inmigrantes clandestinos chinos que confeccionan prendas con tejidos importados de China y las etiquetan como Made in Italy. Los trabajadores duermen en los propios talleres, al pie de las máquinas de coser, en un ambiente de gran suciedad. Cobran poco, pero mucho más que en la China profunda de donde proceden, en que ganaban unos ocho dólares al mes. No hablan ni una palabra de italiano. De vez en cuando las redadas policiales expulsan a inmigrantes indocumentados, que son sustituidos inmediatamente.
 

Alguien debería escribir lo que sucede en los distritos españoles del calzado en Elche y Elda, de las alfombras en Crevillente, del mueble en La Sènia, de la cerámica en Onda, Villareal, l’Alcora o Nules, y en muchos otros.
 

Son las consecuencias de la globalización.

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