Por Albert Sáez
Periodista, es director adjunto de El Periódico de Catalunya
La historia de los medios de comunicación está repleta de profecías incumplidas y de éxitos imprevistos. Hace apenas una década, Nicholas Negroponte esbozó el mundo digital sin decir ni una palabra de las tabletas electrónicas como iPad. No es fácil decir cómo nos informaremos. La primera cuestión a resolver es si querremos seguir informándonos. En la historia de la humanidad, los períodos sin necesidad de recibir y transmitir información libre y veraz son mayoritarios. No está escrito que en los próximos años esto pueda cambiar. De hecho, el mundo que dio pie al periodismo de masas vive una profunda crisis con una democracia representativa desprestigiada, una economía de mercado que ya no asegura ni el crecimiento ni el bienestar y con una cultura que ha perdido la escritura como su principal razón de ser. Pudiera pasar que el mundo posterior a la Modernidad no tuviera la información como uno de sus pilares.
En todo caso, si la información continúa siendo necesaria la manera de recibirla y de transmitirla va a cambiar sustancialmente, está cambiando sustancialmente. Los periodistas y, sobretodo, los medios informativos han perdido el monopolio de la difusión masiva de noticias. Perder el monopolio puede ser el primer paso hacia la desaparición pero también un estímulo para la refundación. El público ya no confía ni confiará únicamente en los periodistas para informarse, confía en quien le explique lo que le interesa en cada momento. Algunos, incluso, solo quieren saber aquello que les reafirma en sus propias convicciones. Twitter es la principal expresión de esta tendencia y el modo de consumir información en el futuro tendrá mucho que ver con el tipo de interacción que se produce en el timeline de esta red social. La información será el resultado de una conversación global en la que participarán los protagonistas de las noticias, los periodistas que las siguen, los expertos que las analizan y el público que las consume.
La segunda dinámica de futuro se organiza en torno a las llamadas tabletas electrónicas, la más popular de las cuales es iPad. Se trata de ordenadores ligeros o teléfonos sofisticados que permiten producir, emitir o consumir textos, contenidos audiovisuales, audio, vídeo, fotografías, bajándolos o colgándolos en la red de redes. Estos artilugios permiten la circulación ininterrumpida de información a la vez que permiten a cualquier ciudadano ser narrador de las noticias que protagoniza o a las que tiene acceso como testigo. Nuevamente, información menos controlada, para lo bueno y para lo malo. Por un lado, se puede producir un proceso de emancipación de la información respecto al poder político y económico. Por el otro, la propaganda se puede infiltrar en los nuevos formatos como lo ha hecho en los tradicionales.
En todo caso, la información tiene el reto de adaptarse a los nuevos hábitos del público.
4 de diciembre de 2012
¿Cómo me informaré en 10 años? Twitter + iPad
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26 de noviembre de 2012
19 de noviembre de 2012
Alva Myrdal
Por Lina Gálvez Muñoz
Los análisis comparativos de los Estados de bienestar muestran grandes diferencias en relación a la igualdad de género y el grado de independencia del mercado que tienen las personas en los distintos países. Esto ha llevado a establecer clasificaciones de los Estados en relación a lo “amigable” que éstos sean para el bienestar y la libertad de las mujeres. Esa clasificación está encabezada en todos los estudios por los países escandinavos, y especialmente por Suecia.
La figura de Alva Myrdal (1902-1986) es clave para entender la singularidad del Estado de bienestar sueco y su liderazgo en los logros de igualdad de género. Alva Myrdal fue una científica social, política y diplomática sueca, que participó en la configuración del estado de bienestar desde el análisis teórico y la práctica política.
En su contribución teórica destacan entre sus numerosas obras: The Crisis in the Population Question (con Gunnar Myrdal, 1934); Nation and Family (1941); o Women’s Two Roles (con Viola Klein, 1956). Aunque tal vez sea su primera gran obra, La crisis de la cuestión demográfica, la que mejor explique su contribución al diseño del modelo sueco.
Esta obra está escrita en un contexto de baja fecundidad y su objetivo es poner de manifiesto la centralidad de la infancia en la consecución del bienestar común y, por tanto, en la acción política. En esta obra, Alva y Gunnar Myrdal compartían las demandas de los conservadores en torno a la centralidad política de la familia y la promoción de la natalidad, pero las reformularon en clave feminista: las mujeres debían tener un papel activo como ciudadanas –incluyendo el acceso al empleo–, y los hombres debían tenerlo como compañeros activos en la crianza de los niños. Mientras que la acción del Estado a través de los servicios sociales debía permitir que esos dos roles pudieran materializarse.
Alva y Gunnar Myrdal no centraron su análisis en las razones de las parejas para tener hijos, que consideraban constantes a lo largo de la historia, sino en las que les llevaban a no tenerlos. Estas razones eran de tres tipos. Primero, las vinculadas a la inseguridad de la sociedad industrial liberal e individualista que había dejado a amplias capas de la ciudadanía desarropadas. Segundo, las relativas a los cambios que se habían operado en la división del trabajo en las familias, no por el acceso de las mujeres al empleo, sino por el éxodo de los hombres de la casa a la fábrica. Y por último, pero de mayor importancia, se encontraban los motivos económicos. En la sociedad industrial los hijos no suponían ningún ingreso y en cambio generaban muchos costes, sobre todo para las familias más pobres. Por ello, la solución era repartir esos costes entre toda la sociedad a través de un estado redistribuidor, el Estado de bienestar, que además debía garantizar el acceso al empleo de toda la ciudadanía.
Tras escribir esta obra, Gunnar Myrdal fue requerido por varias universidades y organismos, mientras que Alva no recibió ninguna oferta. De hecho, ella siguió siendo madre de familia e intelectual freelance vinculada a distintas comisiones gubernamentales hasta la edad de 47 años, teniendo que aguantar ser increpada como mala madre por participar en actos públicos y académicos a horas en las que una madre debía estar cuidando de sus hijos pequeños. Insultos que por su supuesto nunca recibió su marido y padre de sus tres hijos.
Pero además de su contribución teórica, Alva fue una socialdemócrata que lideró varias comisiones gubernamentales como la del Trabajo de las mujeres (1935-1938) en la que se discutió el derecho al empleo de las mujeres casadas, argumento al que Alva Myrdal dio la vuelta, abogando por el derecho de las mujeres trabajadoras a poder formar una familia y tener hijos gracias a la corresponsabilidad del Estado en el cuidado de los niños con la puesta en marcha de los servicios sociales.
Con 47 años, en 1949, obtuvo el cargo más alto que hasta la fecha había ostentado una mujer en un organismo internacional al ser nombrada Directora del Departamento de Asuntos Sociales de Naciones Unidas. También fue directora del Departamento de Ciencias Sociales de la UNESCO. Posteriormente fue miembro del Parlamento y del gobierno sueco, así como delegada sueca en la Conferencia internacional sobre desarme en Ginebra entre 1962-1973. Esta experiencia le valió para escribir su última gran obra The Game of Disarment (1976), y obtener el Premio Nobel de la paz en 1982, igualando en honores a su marido, Gunnar Myrdal, que había obtenido el de economía en 1974.
Sin embargo, la biografía de Alva Myrdal también contiene sombras, como su apoyo a la política de esterilización llevada a cabo por el gobierno sueco en los años 30 del siglo xx. Aunque hay que decir que no participó en la redacción de las leyes, ni en su implementación. Además, su apoyo no estuvo condicionado por creer en la eugenesia que tan en boga estaba en aquella época, sino en su convencimiento de que el bienestar de los niños estaba por encima del derecho de los adultos de ser padres.
Los análisis comparativos de los Estados de bienestar muestran grandes diferencias en relación a la igualdad de género y el grado de independencia del mercado que tienen las personas en los distintos países. Esto ha llevado a establecer clasificaciones de los Estados en relación a lo “amigable” que éstos sean para el bienestar y la libertad de las mujeres. Esa clasificación está encabezada en todos los estudios por los países escandinavos, y especialmente por Suecia.
La figura de Alva Myrdal (1902-1986) es clave para entender la singularidad del Estado de bienestar sueco y su liderazgo en los logros de igualdad de género. Alva Myrdal fue una científica social, política y diplomática sueca, que participó en la configuración del estado de bienestar desde el análisis teórico y la práctica política.
En su contribución teórica destacan entre sus numerosas obras: The Crisis in the Population Question (con Gunnar Myrdal, 1934); Nation and Family (1941); o Women’s Two Roles (con Viola Klein, 1956). Aunque tal vez sea su primera gran obra, La crisis de la cuestión demográfica, la que mejor explique su contribución al diseño del modelo sueco.
Esta obra está escrita en un contexto de baja fecundidad y su objetivo es poner de manifiesto la centralidad de la infancia en la consecución del bienestar común y, por tanto, en la acción política. En esta obra, Alva y Gunnar Myrdal compartían las demandas de los conservadores en torno a la centralidad política de la familia y la promoción de la natalidad, pero las reformularon en clave feminista: las mujeres debían tener un papel activo como ciudadanas –incluyendo el acceso al empleo–, y los hombres debían tenerlo como compañeros activos en la crianza de los niños. Mientras que la acción del Estado a través de los servicios sociales debía permitir que esos dos roles pudieran materializarse.
Alva y Gunnar Myrdal no centraron su análisis en las razones de las parejas para tener hijos, que consideraban constantes a lo largo de la historia, sino en las que les llevaban a no tenerlos. Estas razones eran de tres tipos. Primero, las vinculadas a la inseguridad de la sociedad industrial liberal e individualista que había dejado a amplias capas de la ciudadanía desarropadas. Segundo, las relativas a los cambios que se habían operado en la división del trabajo en las familias, no por el acceso de las mujeres al empleo, sino por el éxodo de los hombres de la casa a la fábrica. Y por último, pero de mayor importancia, se encontraban los motivos económicos. En la sociedad industrial los hijos no suponían ningún ingreso y en cambio generaban muchos costes, sobre todo para las familias más pobres. Por ello, la solución era repartir esos costes entre toda la sociedad a través de un estado redistribuidor, el Estado de bienestar, que además debía garantizar el acceso al empleo de toda la ciudadanía.
Tras escribir esta obra, Gunnar Myrdal fue requerido por varias universidades y organismos, mientras que Alva no recibió ninguna oferta. De hecho, ella siguió siendo madre de familia e intelectual freelance vinculada a distintas comisiones gubernamentales hasta la edad de 47 años, teniendo que aguantar ser increpada como mala madre por participar en actos públicos y académicos a horas en las que una madre debía estar cuidando de sus hijos pequeños. Insultos que por su supuesto nunca recibió su marido y padre de sus tres hijos.
Pero además de su contribución teórica, Alva fue una socialdemócrata que lideró varias comisiones gubernamentales como la del Trabajo de las mujeres (1935-1938) en la que se discutió el derecho al empleo de las mujeres casadas, argumento al que Alva Myrdal dio la vuelta, abogando por el derecho de las mujeres trabajadoras a poder formar una familia y tener hijos gracias a la corresponsabilidad del Estado en el cuidado de los niños con la puesta en marcha de los servicios sociales.
Con 47 años, en 1949, obtuvo el cargo más alto que hasta la fecha había ostentado una mujer en un organismo internacional al ser nombrada Directora del Departamento de Asuntos Sociales de Naciones Unidas. También fue directora del Departamento de Ciencias Sociales de la UNESCO. Posteriormente fue miembro del Parlamento y del gobierno sueco, así como delegada sueca en la Conferencia internacional sobre desarme en Ginebra entre 1962-1973. Esta experiencia le valió para escribir su última gran obra The Game of Disarment (1976), y obtener el Premio Nobel de la paz en 1982, igualando en honores a su marido, Gunnar Myrdal, que había obtenido el de economía en 1974.
Sin embargo, la biografía de Alva Myrdal también contiene sombras, como su apoyo a la política de esterilización llevada a cabo por el gobierno sueco en los años 30 del siglo xx. Aunque hay que decir que no participó en la redacción de las leyes, ni en su implementación. Además, su apoyo no estuvo condicionado por creer en la eugenesia que tan en boga estaba en aquella época, sino en su convencimiento de que el bienestar de los niños estaba por encima del derecho de los adultos de ser padres.
15 de noviembre de 2012
Pan blanco, tabaco rubio
Por José Martí Gómez
Ya de adulto supe que en la posguerra el gobierno había inventado el yogur sin leche y una gasolina sin gasolina y avanzó al mundo que iba a lanzar los vestidos de paja porque, decía la propaganda oficial, en España se hacen las mejores pajas del mundo, frase que a los más lúdicos sugería acciones pecaminosas. También supe que un buen médico cuando salía a la sala de consulta y sabiendo que los pacientes ya se habían hecho las confidencias sobre sus enfermedades, no decía “que pase el siguiente” sino que decía “que pase el que esté más jodido”, y los allí presentes se miraban y coincidían en decirle a uno “pase usted, pase usted”.
Antes de saber esas cosas yo fui un niño fascinado por mujeres de largos faldones que en la calle Bailén musitaba a los viandantes “pan blanco, tabaco rubio”. Mi padre hablaba alguna veces con ellas. Tras el breve intercambio de palabras las mujeres se metían en un portal y salían con un paquete envuelto papel de periódico. Era pan blanco porque el tabaco rubio mi padre no se lo podía pagar. Es mi recuerdo más nítido de lo que fueron los años del estraperlo, años de hambre, de restricciones de agua y de luz, con pisos alumbrados espectralmente con luces de quinqué. Años con higiene de puchero de agua calentado en la cocina económica cargada con carbón y, una vez cada quince días, un baño como Dios manda en los llamados Baños Populares. Inviernos oscuros y fríos pasados junto al brasero que no calentaba más allá de los faldones de la mesa camilla pero me permitió, refugiándome debajo mientras jugaba, ver los muslos y las bragas de todas las amigas de mi mamá.
Dura y larga posguerra española, con fútbol jugado con pelotas de trapo en campos montados en medio de la calle, con las carteras colegiales haciendo de porterías. Había estraperlo con las cartillas de racionamiento, los colmados fiaban a los clientes que no podían pagar, los tranvías eran desvencijados y siempre llevaban gente colgada de los estribos, los taxis circulaban arrastrando un extraño artilugio llamado gasógeno, los cines de barrio eran los fines de semana, con dos películas y variedades en el intermedio, la escapatoria de un mundo gris para familias que en el cine no pasaban frío y soñaban mientras por su barbilla resbalaba el potaje que sacaban de las fiambreras y la pequeña farmacia del barrio era como una policlínica: el farmacéutico hablaba paternalmente con su clientela, les aconsejaba quémedicina tomar, les ponía inyecciones, hacía recetas magistrales y cuando veía que la cosa se ponía realmente mal –no había todavía penicilina– aconsejaba al paciente que ya era prácticamente de la familia que fuese a visitarse al médico. Los médicos que tenían algunas funerarias eran buenos. Los privados eran caros pero en los barrios había médicos que tenían clientela fidelizada a base de lo que se denominaba iguala. Los niños padecíamos de sabañones y cuando nos resfriábamos sacábamos mocos verdes.
En ese contexto tuve una infancia muy feliz. Puede ser un contrasentido con ese panorama pero a veces esas cosas pasan.
Ya de adulto supe que en la posguerra el gobierno había inventado el yogur sin leche y una gasolina sin gasolina y avanzó al mundo que iba a lanzar los vestidos de paja porque, decía la propaganda oficial, en España se hacen las mejores pajas del mundo, frase que a los más lúdicos sugería acciones pecaminosas. También supe que un buen médico cuando salía a la sala de consulta y sabiendo que los pacientes ya se habían hecho las confidencias sobre sus enfermedades, no decía “que pase el siguiente” sino que decía “que pase el que esté más jodido”, y los allí presentes se miraban y coincidían en decirle a uno “pase usted, pase usted”.
Antes de saber esas cosas yo fui un niño fascinado por mujeres de largos faldones que en la calle Bailén musitaba a los viandantes “pan blanco, tabaco rubio”. Mi padre hablaba alguna veces con ellas. Tras el breve intercambio de palabras las mujeres se metían en un portal y salían con un paquete envuelto papel de periódico. Era pan blanco porque el tabaco rubio mi padre no se lo podía pagar. Es mi recuerdo más nítido de lo que fueron los años del estraperlo, años de hambre, de restricciones de agua y de luz, con pisos alumbrados espectralmente con luces de quinqué. Años con higiene de puchero de agua calentado en la cocina económica cargada con carbón y, una vez cada quince días, un baño como Dios manda en los llamados Baños Populares. Inviernos oscuros y fríos pasados junto al brasero que no calentaba más allá de los faldones de la mesa camilla pero me permitió, refugiándome debajo mientras jugaba, ver los muslos y las bragas de todas las amigas de mi mamá.
Dura y larga posguerra española, con fútbol jugado con pelotas de trapo en campos montados en medio de la calle, con las carteras colegiales haciendo de porterías. Había estraperlo con las cartillas de racionamiento, los colmados fiaban a los clientes que no podían pagar, los tranvías eran desvencijados y siempre llevaban gente colgada de los estribos, los taxis circulaban arrastrando un extraño artilugio llamado gasógeno, los cines de barrio eran los fines de semana, con dos películas y variedades en el intermedio, la escapatoria de un mundo gris para familias que en el cine no pasaban frío y soñaban mientras por su barbilla resbalaba el potaje que sacaban de las fiambreras y la pequeña farmacia del barrio era como una policlínica: el farmacéutico hablaba paternalmente con su clientela, les aconsejaba quémedicina tomar, les ponía inyecciones, hacía recetas magistrales y cuando veía que la cosa se ponía realmente mal –no había todavía penicilina– aconsejaba al paciente que ya era prácticamente de la familia que fuese a visitarse al médico. Los médicos que tenían algunas funerarias eran buenos. Los privados eran caros pero en los barrios había médicos que tenían clientela fidelizada a base de lo que se denominaba iguala. Los niños padecíamos de sabañones y cuando nos resfriábamos sacábamos mocos verdes.
En ese contexto tuve una infancia muy feliz. Puede ser un contrasentido con ese panorama pero a veces esas cosas pasan.
7 de noviembre de 2012
¿El Estado de bienestar se ha acabado?
Por Santiago Niño Becerra
Tal y como lo hemos conocido sí. La razón es simple: ya no es necesario. De entrada una puntualización: entiendo por Modelo de Protección Social (MPS) lo que coloquialmente se conoce como “Estado de bienestar”, ya que es un estado en el que la economía mundial entró tras la Depresión siendo aquel uno de los ingredientes y consecuencias de éste. Bien, decía que ya no es necesario: el MPS se puso en marcha por tres razones: 1) porque brindaba soportes a una clase obrera miserizada tras un siglo de revolución industrial, dos crisis sistémicas y tres guerras terribles a fin de evitar que escuchase propagandas que llegaban del otro lado; 2) porque si esa clase obrera se sentía protegida rendiría más y consumiría más en un entorno de productividad y producción creciente (el MPS ha ido asociado a la eclosión de la clase media y a su razón de ser: el pleno empleo), y; 3) porque el MPS ayudaba a generar PIB y por sí mismo lo generaba.
Hoy ya no llegan propagandas del otro lado, fundamentalmente porque solo hay un lado. El objetivo ya no es producir más, sino lo que haga falta recurriendo a una tecnología que cada vez es más sofisticada, más barata y más fácil de utilizar lo que hace que la productividad sea el objetivo a lograr, una productividad que ahorra factores, entre ellos el trabajo, con lo que el desempleo estructural crece y la clase media pierde su razón de ser. Y, además, generar PIB por generarlo ya no tiene sentido: el PIB tiene que ser eficiente y conveniente.
Si el motivo de ser del MPS ya no es y sus consecuencias ya han dejado de ser, el MPS deja de ser necesario así como sus corolarios, por ejemplo la redistribución. Y claro, como el MPS se encuadra en el Estado de bienestar en el que el mundo entró, ello se ve reflejado en la situación de escasez en el que ahora y, pienso, durante mucho tiempo el planeta va a estar instalado. Lo que se halla vinculado con el balance entre población y recursos; pero eso es otra historia.
Tal y como lo hemos conocido sí. La razón es simple: ya no es necesario. De entrada una puntualización: entiendo por Modelo de Protección Social (MPS) lo que coloquialmente se conoce como “Estado de bienestar”, ya que es un estado en el que la economía mundial entró tras la Depresión siendo aquel uno de los ingredientes y consecuencias de éste. Bien, decía que ya no es necesario: el MPS se puso en marcha por tres razones: 1) porque brindaba soportes a una clase obrera miserizada tras un siglo de revolución industrial, dos crisis sistémicas y tres guerras terribles a fin de evitar que escuchase propagandas que llegaban del otro lado; 2) porque si esa clase obrera se sentía protegida rendiría más y consumiría más en un entorno de productividad y producción creciente (el MPS ha ido asociado a la eclosión de la clase media y a su razón de ser: el pleno empleo), y; 3) porque el MPS ayudaba a generar PIB y por sí mismo lo generaba.
Hoy ya no llegan propagandas del otro lado, fundamentalmente porque solo hay un lado. El objetivo ya no es producir más, sino lo que haga falta recurriendo a una tecnología que cada vez es más sofisticada, más barata y más fácil de utilizar lo que hace que la productividad sea el objetivo a lograr, una productividad que ahorra factores, entre ellos el trabajo, con lo que el desempleo estructural crece y la clase media pierde su razón de ser. Y, además, generar PIB por generarlo ya no tiene sentido: el PIB tiene que ser eficiente y conveniente.
Si el motivo de ser del MPS ya no es y sus consecuencias ya han dejado de ser, el MPS deja de ser necesario así como sus corolarios, por ejemplo la redistribución. Y claro, como el MPS se encuadra en el Estado de bienestar en el que el mundo entró, ello se ve reflejado en la situación de escasez en el que ahora y, pienso, durante mucho tiempo el planeta va a estar instalado. Lo que se halla vinculado con el balance entre población y recursos; pero eso es otra historia.
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29 de octubre de 2012
Tirar la toalla
Por Luis Suñén
En uno de los mejores artículos que he leído en los últimos años –Un tiempo para resistir y otro para recordar– Félix de Azúa se refería, en El País, al pasado como consuelo, como explicación, como rescate de nosotros mismos y, con el valor moral que le caracteriza, acababa poniendo todo en relación con un presente que también será pasado en ese futuro que ya no será nuestro. El artículo vino a iluminar, también por la vía de superar una cierta estética del abandono, mi temor a pensar si no estaré llegando a ese momento en el que las almas poco generosas se plantean que no vale la pena seguir preocupándose por las cosas que han de suceder tras nosotros. Lo hablaba también con la profesora Navarro Durán hace unos días a cuento de cuán diferente ha de ser en ese punto la vida y el empeño del científico que busca aliviar un dolor que persistirá tras él en comparación al de quienes pensamos en la música o en los libros y hacemos de la melancolía una suerte de infeliz consolación, incapaz siquiera, casi siempre, de acabar en un par de líneas bien escritas. Y eso mientras sabemos que también por omisión se deja de cumplir con lo que un día creíamos iba a ser nuestra parte en una suerte de hombre rebelde, como diría Camus, siquiera compartido con otros más decididos que nosotros.
El dejar de pensar en el futuro, el acomodarse, el abandonar la idea, esa de los cristianos o del marxista de buen corazón, de una suerte de cuerpo místico que allá o todavía aquí recibirá nuestro esfuerzo sin futuro aparente es quizá un inconveniente de la edad pero viene también seguramente de la falta de horizonte ético de la sociedad en la que somos. Cuando alguien como la abogada defensora de José Antonio Roca, principal implicado en el “caso Malaya”, afirma durante una vista del mismo que su cliente “obtuvo beneficios indecentes pero legales”, aprieta la tuerca de ese pesimismo que nos ahoga en este tiempo. Y más cuando las urnas redimen a quien es algo más que un chorizo. Es cierto que aceptar esa provocación hacia este nihilismo barato y sin política dice bien poco de nuestra madurez y es, en todo caso –ya mayores y bien educados–, responsabilidad nuestra, pero ahí está como una tentación nada atractiva pero cuyo imán posee una fuerza probablemente demoledora. El deshielo de los polos, la deforestación nos quedan lejos, lo sufrirán nuestros nietos. Con algo de buena suerte, tal vez ni ellos, quizá sus hijos. Si aguantamos hasta la muerte con algo de dinero y una aceptable reputación, tal vez podamos resistir hasta ese final burgués y merecido en el que, con algo de suerte, no suframos demasiado. Aunque también fuera el de Goethe –que daba por descontada la inmortalidad–, ¿es ese nuestro horizonte?
Vidas ejemplares
Repasaba el otro día Luke Johnson en The Financial Times las autobiografías que diversos emprendedores han escrito –con mayor o menor ayuda, supongo– para darnos una lección y a la vez satisfacer su ego. La lista es apasionante: Ray Kroc, el fundador de la cadena de hamburgueserías McDonald’s; David Ogilvy, el publicitario en el que muchos piensan cuando ven Mad Men; James Dyson, magnate de los electrodomésticos; David Packard, cofundador de HP y supongo que una de las almas de su pésimo servicio postventa; Lord Thompson of Fleet, gigante de la comunicación y pionero en la inversión petrolífera en el Mar del Norte; y así sucesivamente. Seguro que todo muy aleccionador, aunque falten banqueros. Por cierto, me acabo de acordar de una anécdota que cuentan del poeta Joan Brossa. Lo sentaron un día en una cena junto a otro señor que se le presentó diciendo que era el presidente de un banco. Brossa le respondió: “¿Y no le da vergüenza?”
En uno de los mejores artículos que he leído en los últimos años –Un tiempo para resistir y otro para recordar– Félix de Azúa se refería, en El País, al pasado como consuelo, como explicación, como rescate de nosotros mismos y, con el valor moral que le caracteriza, acababa poniendo todo en relación con un presente que también será pasado en ese futuro que ya no será nuestro. El artículo vino a iluminar, también por la vía de superar una cierta estética del abandono, mi temor a pensar si no estaré llegando a ese momento en el que las almas poco generosas se plantean que no vale la pena seguir preocupándose por las cosas que han de suceder tras nosotros. Lo hablaba también con la profesora Navarro Durán hace unos días a cuento de cuán diferente ha de ser en ese punto la vida y el empeño del científico que busca aliviar un dolor que persistirá tras él en comparación al de quienes pensamos en la música o en los libros y hacemos de la melancolía una suerte de infeliz consolación, incapaz siquiera, casi siempre, de acabar en un par de líneas bien escritas. Y eso mientras sabemos que también por omisión se deja de cumplir con lo que un día creíamos iba a ser nuestra parte en una suerte de hombre rebelde, como diría Camus, siquiera compartido con otros más decididos que nosotros.
El dejar de pensar en el futuro, el acomodarse, el abandonar la idea, esa de los cristianos o del marxista de buen corazón, de una suerte de cuerpo místico que allá o todavía aquí recibirá nuestro esfuerzo sin futuro aparente es quizá un inconveniente de la edad pero viene también seguramente de la falta de horizonte ético de la sociedad en la que somos. Cuando alguien como la abogada defensora de José Antonio Roca, principal implicado en el “caso Malaya”, afirma durante una vista del mismo que su cliente “obtuvo beneficios indecentes pero legales”, aprieta la tuerca de ese pesimismo que nos ahoga en este tiempo. Y más cuando las urnas redimen a quien es algo más que un chorizo. Es cierto que aceptar esa provocación hacia este nihilismo barato y sin política dice bien poco de nuestra madurez y es, en todo caso –ya mayores y bien educados–, responsabilidad nuestra, pero ahí está como una tentación nada atractiva pero cuyo imán posee una fuerza probablemente demoledora. El deshielo de los polos, la deforestación nos quedan lejos, lo sufrirán nuestros nietos. Con algo de buena suerte, tal vez ni ellos, quizá sus hijos. Si aguantamos hasta la muerte con algo de dinero y una aceptable reputación, tal vez podamos resistir hasta ese final burgués y merecido en el que, con algo de suerte, no suframos demasiado. Aunque también fuera el de Goethe –que daba por descontada la inmortalidad–, ¿es ese nuestro horizonte?
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Repasaba el otro día Luke Johnson en The Financial Times las autobiografías que diversos emprendedores han escrito –con mayor o menor ayuda, supongo– para darnos una lección y a la vez satisfacer su ego. La lista es apasionante: Ray Kroc, el fundador de la cadena de hamburgueserías McDonald’s; David Ogilvy, el publicitario en el que muchos piensan cuando ven Mad Men; James Dyson, magnate de los electrodomésticos; David Packard, cofundador de HP y supongo que una de las almas de su pésimo servicio postventa; Lord Thompson of Fleet, gigante de la comunicación y pionero en la inversión petrolífera en el Mar del Norte; y así sucesivamente. Seguro que todo muy aleccionador, aunque falten banqueros. Por cierto, me acabo de acordar de una anécdota que cuentan del poeta Joan Brossa. Lo sentaron un día en una cena junto a otro señor que se le presentó diciendo que era el presidente de un banco. Brossa le respondió: “¿Y no le da vergüenza?”
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23 de octubre de 2012
Joan Llopis, evangelio rehumanizador
Por Juan José Tamayo
La vida del teólogo Joan Llopis, nacido en 1932 en el barrio de Gracia, de Barcelona, llegó a su final el 25 de junio del presente año. Su fallecimiento ha privado a la cultura catalana, a la teología posconciliar y al cristianismo en diálogo con la modernidad de una de sus voces más creativas y representativas. Cuatro fueron los campos en los que hizo aportaciones significativas: la liturgia, la teología, la traducción y los medios de comunicación.
La liturgia fue el terreno que más cultivó y en el que adquirió relevancia especial, hasta convertirse en uno de los pioneros de su reforma y de la aplicación del Vaticano II a la realidad catalana. Ejerció la docencia de esta disciplina en la Facultad de Teología de Barcelona, la Universidad Pontificia de Salamanca y el Instituto Superior de Liturgia.
Obra pionera fue La inútil liturgia (Barcelona, 1972), donde critica los aspectos mágicos que perviven en no pocas manifestaciones de la liturgia cristiana. Llopis pone en el primer plano de la liturgia el carácter celebrativo, festivo, ético, gratuito, solidario y simbólico frente al meramente ritual, destaca su función crítica y, más allá de su dimensión sacrificial, subraya la experiencia del compartir.
Para que la proclamación de la palabra en la liturgia conserve su dinamismo liberador, Llopis cree necesario que se den las siguientes condiciones: a) que no se haga de forma mítica al modo de los relatos de mitos eternos e inmutables, sino que mantenga una vinculación con la historia; b) que no se haga de forma ideológica, entendiendo por tal un sistema absoluto de verdades que se impone por sí mismo, sino que se haga como memoria de acontecimientos humanos en los que intervienen los diferentes factores sociales, políticos y culturales; c) que cuestione las realizaciones históricas defectuosas y contribuya a avanzar los procesos de liberación; d) que se ofrezca como promesa de un futuro histórico mejor.
Su teología se sitúa en el horizonte crítico de la modernidad, en el espíritu renovador del Concilio Vaticano II, en la perspectiva humanista del cristianismo originario. Llopis establece un vínculo inseparable entre fe y humanidad. Un enfoque que se encuentra ejemplarmente desarrollado en su obra El Evangelio (re)humanziador, que recibió el premio Joan Maragall. En este libro presenta el Evangelio como factor de humanización. Teólogo del Vaticano II, Llopis cree que hay cosas en dicho concilio que son irreversibles: la participación del pueblo, la interpretación de la Sagrada Escritura, la idea de pueblo de Dios y la autoridad como servicio.
Nada desdeñable fue su trabajo como traductor. Tradujo al castellano la magna obra Historia de la teología cristiana, tres volúmenes, de Evangelista Vilanova (Herder, Barcelona, 1987-1993). Mención especial merece su versión al catalán de la obra profética del teólogo italiano Antonio Rosmini Las cinco llagas de la santa Iglesia (Edicions Prou, Barcelona, 1990), cuyo destino fue el Índice de Libros prohibidos. Hoy su autor va camino de los altares.
Merece la pena recordar su intensa actividad en los medios de comunicación. Fue responsable de información religiosa, junto con Joaquim Gomis, del diario Avui. Colaboró asiduamente en las revistas Foc Nou, Serra d’Or y Questions de Vida Cristiana, las dos últimas de la Abadía de Montserrat, y contribuyó de manera muy positiva a la integración del cristianismo en la cultura catalana.
La tristeza que produce en los familiares, colegas, amigos y amigas la muerte de Joan se ve compensada con la coherencia de su vida y la lectura de sus libros, que abren horizontes nuevos en la manera de pensar el cristianismo y de vivir la fe en un mundo secularizado. Gracias, Joan.
La vida del teólogo Joan Llopis, nacido en 1932 en el barrio de Gracia, de Barcelona, llegó a su final el 25 de junio del presente año. Su fallecimiento ha privado a la cultura catalana, a la teología posconciliar y al cristianismo en diálogo con la modernidad de una de sus voces más creativas y representativas. Cuatro fueron los campos en los que hizo aportaciones significativas: la liturgia, la teología, la traducción y los medios de comunicación.
La liturgia fue el terreno que más cultivó y en el que adquirió relevancia especial, hasta convertirse en uno de los pioneros de su reforma y de la aplicación del Vaticano II a la realidad catalana. Ejerció la docencia de esta disciplina en la Facultad de Teología de Barcelona, la Universidad Pontificia de Salamanca y el Instituto Superior de Liturgia.
Obra pionera fue La inútil liturgia (Barcelona, 1972), donde critica los aspectos mágicos que perviven en no pocas manifestaciones de la liturgia cristiana. Llopis pone en el primer plano de la liturgia el carácter celebrativo, festivo, ético, gratuito, solidario y simbólico frente al meramente ritual, destaca su función crítica y, más allá de su dimensión sacrificial, subraya la experiencia del compartir.
Para que la proclamación de la palabra en la liturgia conserve su dinamismo liberador, Llopis cree necesario que se den las siguientes condiciones: a) que no se haga de forma mítica al modo de los relatos de mitos eternos e inmutables, sino que mantenga una vinculación con la historia; b) que no se haga de forma ideológica, entendiendo por tal un sistema absoluto de verdades que se impone por sí mismo, sino que se haga como memoria de acontecimientos humanos en los que intervienen los diferentes factores sociales, políticos y culturales; c) que cuestione las realizaciones históricas defectuosas y contribuya a avanzar los procesos de liberación; d) que se ofrezca como promesa de un futuro histórico mejor.
Su teología se sitúa en el horizonte crítico de la modernidad, en el espíritu renovador del Concilio Vaticano II, en la perspectiva humanista del cristianismo originario. Llopis establece un vínculo inseparable entre fe y humanidad. Un enfoque que se encuentra ejemplarmente desarrollado en su obra El Evangelio (re)humanziador, que recibió el premio Joan Maragall. En este libro presenta el Evangelio como factor de humanización. Teólogo del Vaticano II, Llopis cree que hay cosas en dicho concilio que son irreversibles: la participación del pueblo, la interpretación de la Sagrada Escritura, la idea de pueblo de Dios y la autoridad como servicio.
Nada desdeñable fue su trabajo como traductor. Tradujo al castellano la magna obra Historia de la teología cristiana, tres volúmenes, de Evangelista Vilanova (Herder, Barcelona, 1987-1993). Mención especial merece su versión al catalán de la obra profética del teólogo italiano Antonio Rosmini Las cinco llagas de la santa Iglesia (Edicions Prou, Barcelona, 1990), cuyo destino fue el Índice de Libros prohibidos. Hoy su autor va camino de los altares.
Merece la pena recordar su intensa actividad en los medios de comunicación. Fue responsable de información religiosa, junto con Joaquim Gomis, del diario Avui. Colaboró asiduamente en las revistas Foc Nou, Serra d’Or y Questions de Vida Cristiana, las dos últimas de la Abadía de Montserrat, y contribuyó de manera muy positiva a la integración del cristianismo en la cultura catalana.
La tristeza que produce en los familiares, colegas, amigos y amigas la muerte de Joan se ve compensada con la coherencia de su vida y la lectura de sus libros, que abren horizontes nuevos en la manera de pensar el cristianismo y de vivir la fe en un mundo secularizado. Gracias, Joan.
16 de octubre de 2012
¿Mi cuento infantil preferido? El viaje de las cigüeñas
Por Cristina Peri Rossi
Todo hacía suponer que los niños eran traídos de París por las cigüeñas, en sus largos picos. Si yo no había visto nunca tal acontecimiento se debía a que viajaban de noche, mientras dormía. ¿Y de día? ¿Dónde estaban las cigüeñas de día? Estaban en París. El argumento parecía concluyente: los padres escribían una carta a las cigüeñas y al cabo de un tiempo, éstas traían un hermoso bebé al hogar. ¿No se caían por el camino? ¿Ningún bebé se zafaba del pico y aterrizaba penosamente en el suelo? No. El pico de las cigüeñas era firme. ¿Y si era tan firme, no les hacía daño? No, porque sabían muy bien lo que hacían. Era su trabajo: traer hijos de París a Montevideo y luego, volverse. No tenía la más remota idea de dónde quedaba París, pero me habían dicho que era una ciudad europea elegante y culta que los desalmados nazis habían invadido. Entonces, cuando París fue invadido, ¿las cigüeñas siguieron funcionando? Sí, porque volaban alto y ni los nazis las veían. ¿Las cigüeñas sabían leer las cartas? Sí, como yo había aprendido –sola– a leer en largas tardes de verano. ¿Dónde estaba Europa? Mi madre me dijo que muy lejos, como dos meses de barco, y mi padre afirmaba que Europa no existía, era un invento de los diarios, porque si hubiera existido alguna vez, no llevarían cincuenta años peleándose.
Cuando le conté a mi primo Eduardo –un año menor– que los niños venían de París en el pico de las cigüeñas, horrorizado, me preguntó: ¿y cuándo se los tragan? Me pareció una pregunta razonable. A los niños no les gustan las preguntas sin respuestas, y a mí, menos, así que le dije: se los tragan a la cena, y después, vuelan por encima de los nazis hasta Montevideo. Le pareció una respuesta muy adecuada. A mí también.
Todo hacía suponer que los niños eran traídos de París por las cigüeñas, en sus largos picos. Si yo no había visto nunca tal acontecimiento se debía a que viajaban de noche, mientras dormía. ¿Y de día? ¿Dónde estaban las cigüeñas de día? Estaban en París. El argumento parecía concluyente: los padres escribían una carta a las cigüeñas y al cabo de un tiempo, éstas traían un hermoso bebé al hogar. ¿No se caían por el camino? ¿Ningún bebé se zafaba del pico y aterrizaba penosamente en el suelo? No. El pico de las cigüeñas era firme. ¿Y si era tan firme, no les hacía daño? No, porque sabían muy bien lo que hacían. Era su trabajo: traer hijos de París a Montevideo y luego, volverse. No tenía la más remota idea de dónde quedaba París, pero me habían dicho que era una ciudad europea elegante y culta que los desalmados nazis habían invadido. Entonces, cuando París fue invadido, ¿las cigüeñas siguieron funcionando? Sí, porque volaban alto y ni los nazis las veían. ¿Las cigüeñas sabían leer las cartas? Sí, como yo había aprendido –sola– a leer en largas tardes de verano. ¿Dónde estaba Europa? Mi madre me dijo que muy lejos, como dos meses de barco, y mi padre afirmaba que Europa no existía, era un invento de los diarios, porque si hubiera existido alguna vez, no llevarían cincuenta años peleándose.
Cuando le conté a mi primo Eduardo –un año menor– que los niños venían de París en el pico de las cigüeñas, horrorizado, me preguntó: ¿y cuándo se los tragan? Me pareció una pregunta razonable. A los niños no les gustan las preguntas sin respuestas, y a mí, menos, así que le dije: se los tragan a la cena, y después, vuelan por encima de los nazis hasta Montevideo. Le pareció una respuesta muy adecuada. A mí también.
8 de octubre de 2012
La era de la retromanía
Por Céline Gesret
"Los grupos de rock de ahora tienen su propio sonido, pero no inventan nada nuevo, de hecho, no creo que se haya inventado una corriente musical nueva desde el dubstep".
La cita es de Dominique A, cabeza de fila del rock independiente francés desde hace veinte años. Él mismo es un cantante “víctima” o parte integra del fenómeno de la retromanía, descrito por el periodista anglosajón Simon Reynolds como la vuelta al sonido de los 80-90 por los grupos actuales. El rock-pop se mueve como un pez que se muerde la cola. Estancado hasta que salga algo nuevo. Aunque la repetición y la copia parecen ser partes integrantes del rock a lo largo de su historia. Desde sus principios, desde Elvis y Dylan, el rock se nutre del pasado, retrocede para reinvertarse.
En los inicios del rock, en los 50, los grandes hits se hicieron a base del folk o del gospel de principios de siglo xx o del siglo anterior. En 1954, Ray Charles inicia su carrera con el título I got a woman, que será la versión blues rock del gospel It must be Jesus de Bob King. En1964, The Animals saltan a la fama con la canción The house of the rising sun. Es una canción tradicional escrita en la Nueva Orleans del siglo xix y grabada por primera vez en 1934. Pero es en 1950 cuando se hace canción comercial con la versión de Moody Gothrie.
En los 60, los Beatles, los Rolling Stones, Dylan, llenaron las caras B de sus discos de covers. En 1970 Georges Harrison saca My sweet lord, a base de la canción He’s so fine de The Chiffons. El ex Beatles perderá el juicio por plagio poco después. Los 60 fueron los años de más covers, mientras la canción Hey Joe es la más retomada de la historia del rock. A principios de los 70, aparecen discos enteros de covers. David Bowie en el álbum Pin ups se inspirará mucho de The Merseys. Brian Ferry empezará su carrera en solitario con discos de covers.
“El rock murió en 1966”, alegaron los miembros punks de The Cramps en 1978. El grupo usará sin problemas dos canciones para construir su éxito Surfin’ birds: Papa Oom mow mow de The Rivingtons y Surfin’ birds de The Trashmen. Es un primer sample. Mientras, otros tantos grupos de punk se divierten: Devo destruye la canción Satisfaction de los Rolling Stones, The Damned saca el primer disco de punk, antes de los Pistols, con una cover de los Beatles, Help. Los Ramones se encariñan del twist de Chris Montez, Let’s dance (1962), y The Clash retoman la canción de Junior Marvin, Police and Thieves.
La llegada de las grabadoras electrónicas en los 80 y 90 ayudará a reivindicar y legitimar las copias y samples de canciones del pasado. Los grupos de Dj’s de Bristol como Portishead, Massive Attack y su cantante Tricky se harán expertos en samples. Glory Box, la canción más famosa de Portishead, producida en el álbum Dummy en 1994, está hecha a base de un bucle del álbum de Isaac Hayes, Black Moses, con la canción Ike’s Rap II. Tricky lo incluirá también en Hell is around the corner. Copiando pero a pinceladas. Otros no hicieron lo mismo y sus álbumes fueron prohibidos por su productora. Es el caso de The Grey Album de Danger Mouse en 2004. El músico mezcló dos albums: el White Album de los Beatles y el Black Album de Jay Z. Tuvo un gran éxito y Paul McCartney y Jay Z se lo tomaron como un gran homenaje a ambos. No fue la opinión de la productora EMI, que prohibió el disco.
El periodista Simon Reynolds explica en la introducción de su libro Retromanía que los años 2000 han producido una música acorde con su época. Estamos acostumbrados a archivar cosas en discos duros o en Internet y eso hace que miremos más hacia el pasado. Según él, la retroguardia reemplaza la vanguardia. Dice Reynolds: “No vale decir que no ha pasado nada en la música de los 2000. En muchos sentidos, hubo una vorágine de microtendencias, subgéneros y estilos recombinados. No solo nunca hubo antes una sociedad tan obsesionada con los artefactos culturales de su pasado inmediato; tampoco hubo nunca antes una sociedad que pudiera acceder al pasado inmediato con tanta facilidad y abundancia”.
Puede que la música del futuro venga de otros horizontes. Así lo predice Dominique A: “No creo que los nuevos sonidos vengan ahora de los países anglosajones, tal vez salgan de Asia, de Taiwan, ¿quien sabe?”
"Los grupos de rock de ahora tienen su propio sonido, pero no inventan nada nuevo, de hecho, no creo que se haya inventado una corriente musical nueva desde el dubstep".
La cita es de Dominique A, cabeza de fila del rock independiente francés desde hace veinte años. Él mismo es un cantante “víctima” o parte integra del fenómeno de la retromanía, descrito por el periodista anglosajón Simon Reynolds como la vuelta al sonido de los 80-90 por los grupos actuales. El rock-pop se mueve como un pez que se muerde la cola. Estancado hasta que salga algo nuevo. Aunque la repetición y la copia parecen ser partes integrantes del rock a lo largo de su historia. Desde sus principios, desde Elvis y Dylan, el rock se nutre del pasado, retrocede para reinvertarse.
En los inicios del rock, en los 50, los grandes hits se hicieron a base del folk o del gospel de principios de siglo xx o del siglo anterior. En 1954, Ray Charles inicia su carrera con el título I got a woman, que será la versión blues rock del gospel It must be Jesus de Bob King. En1964, The Animals saltan a la fama con la canción The house of the rising sun. Es una canción tradicional escrita en la Nueva Orleans del siglo xix y grabada por primera vez en 1934. Pero es en 1950 cuando se hace canción comercial con la versión de Moody Gothrie.
En los 60, los Beatles, los Rolling Stones, Dylan, llenaron las caras B de sus discos de covers. En 1970 Georges Harrison saca My sweet lord, a base de la canción He’s so fine de The Chiffons. El ex Beatles perderá el juicio por plagio poco después. Los 60 fueron los años de más covers, mientras la canción Hey Joe es la más retomada de la historia del rock. A principios de los 70, aparecen discos enteros de covers. David Bowie en el álbum Pin ups se inspirará mucho de The Merseys. Brian Ferry empezará su carrera en solitario con discos de covers.
“El rock murió en 1966”, alegaron los miembros punks de The Cramps en 1978. El grupo usará sin problemas dos canciones para construir su éxito Surfin’ birds: Papa Oom mow mow de The Rivingtons y Surfin’ birds de The Trashmen. Es un primer sample. Mientras, otros tantos grupos de punk se divierten: Devo destruye la canción Satisfaction de los Rolling Stones, The Damned saca el primer disco de punk, antes de los Pistols, con una cover de los Beatles, Help. Los Ramones se encariñan del twist de Chris Montez, Let’s dance (1962), y The Clash retoman la canción de Junior Marvin, Police and Thieves.
La llegada de las grabadoras electrónicas en los 80 y 90 ayudará a reivindicar y legitimar las copias y samples de canciones del pasado. Los grupos de Dj’s de Bristol como Portishead, Massive Attack y su cantante Tricky se harán expertos en samples. Glory Box, la canción más famosa de Portishead, producida en el álbum Dummy en 1994, está hecha a base de un bucle del álbum de Isaac Hayes, Black Moses, con la canción Ike’s Rap II. Tricky lo incluirá también en Hell is around the corner. Copiando pero a pinceladas. Otros no hicieron lo mismo y sus álbumes fueron prohibidos por su productora. Es el caso de The Grey Album de Danger Mouse en 2004. El músico mezcló dos albums: el White Album de los Beatles y el Black Album de Jay Z. Tuvo un gran éxito y Paul McCartney y Jay Z se lo tomaron como un gran homenaje a ambos. No fue la opinión de la productora EMI, que prohibió el disco.
El periodista Simon Reynolds explica en la introducción de su libro Retromanía que los años 2000 han producido una música acorde con su época. Estamos acostumbrados a archivar cosas en discos duros o en Internet y eso hace que miremos más hacia el pasado. Según él, la retroguardia reemplaza la vanguardia. Dice Reynolds: “No vale decir que no ha pasado nada en la música de los 2000. En muchos sentidos, hubo una vorágine de microtendencias, subgéneros y estilos recombinados. No solo nunca hubo antes una sociedad tan obsesionada con los artefactos culturales de su pasado inmediato; tampoco hubo nunca antes una sociedad que pudiera acceder al pasado inmediato con tanta facilidad y abundancia”.
Puede que la música del futuro venga de otros horizontes. Así lo predice Dominique A: “No creo que los nuevos sonidos vengan ahora de los países anglosajones, tal vez salgan de Asia, de Taiwan, ¿quien sabe?”
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2 de octubre de 2012
Prato, en la Toscana
Por Pere Escorsa
La región Toscana es famosa por ser una de las principales cunas del Renacimiento. Cuenta con ciudades bellísimas como Florencia, Pisa o Siena. En Toscana trabajaron genios como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. No lejos de Florencia se halla la ciudad de Prato, poco turística, con unos 200.000 habitantes, que desde hace siglos ha sido la capital de la industria textil italiana, especialmente en el sector lanero. Tradicionalmente Prato era conocida por su habilidad en el aprovechamiento de retales de lana.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las principales empresas de Prato fueron destruidas por los alemanes o quebraron. Entonces, una multitud de trabajadores del ramo crearon pequeñas empresas, la mayoría con menos de diez obreros, que pronto se especializaron en una fase o subfase del proceso productivo (hilatura, tejido, confección) dando origen a un entramado de empresas que conjuntamente abarcaban todo el ciclo productivo. Esta concentración de empresas del mismo sector en un territorio se denomina distrito industrial –distretto– posteriormente llamado también cluster. En otros sectores italianos, como el calzado, la madera y el mueble, la cerámica o la joyería, aparecieron distretti similares. Emilia Romagna es otra región que cuenta con numerosos distritos. Hace años trabajé como experto de la Comisión Europea en un proyecto de coordinación de las empresas de la provincia de Pisa. Recuerdo todavía acaloradas discusiones con los empresarios del distrito del mueble de Cascina, cerca de Pisa.
Durante el período 1950-1980, el distrito vivió una gran prosperidad. En Prato se contabilizaban 15.000 telares. La calidad de los tejidos fue aumentando gradualmente, con un mayor contenido de lana virgen. Algunas empresas producían productos sofisticados de cachemira, alpaca o mohair. Se exportaba a los mercados ricos de Alemania, Inglaterra, Francia o Estados Unidos. En 1982 Prato exportó el 75 por ciento de su producción.
Pero en los años 90 del pasado siglo comenzaron a observarse señales de que el distrito pratense se estaba desintegrando. Algunas de sus empresas comenzaron a deslocalizarse al exterior (Europa del este, sudeste asiático). Otras utilizaron proveedores de países de mano de obra barata, en lugar de sus tradicionales suministradores locales. Algunas grandes multinacionales comenzaron a comprar empresas del distrito. Aparecieron discretamente pequeñas empresas chinas dedicadas a la confección. Aumentó el uso de servicios prestados por empresas exteriares a Prato, tales como diseño, calidad, estudios de mercado, informática, etc.
El distrito fue perdiendo su carácter autosuficiente.
En la primera década de este siglo se evidenció algo más grave. Las ventas en los mercados tradicionales exteriores comenzaron a disminuir, incluso en Alemania, debido a la presencia creciente de competidores asiáticos que vendían productos de menor calidad pero a un precio mucho más bajo. En los años 90 China había entrado en la Organización Mundial del Comercio y se permitió que sus productos invadieran Occidente. Muchas empresas de Prato quebraron.
Edoardo Nesi, empresario de tercera generación que tuvo que cerrar su empresa, relata la experiencia en su libro La historia de mi gente (Salamandra, 2012). Muchos telares fueron vendidos a precios de saldo y acabarán en India o Pakistán. Los locales que dejaron las empresas quebradas fueron ocupadas progresivamente por inmigrantes clandestinos chinos que confeccionan prendas con tejidos importados de China y las etiquetan como Made in Italy. Los trabajadores duermen en los propios talleres, al pie de las máquinas de coser, en un ambiente de gran suciedad. Cobran poco, pero mucho más que en la China profunda de donde proceden, en que ganaban unos ocho dólares al mes. No hablan ni una palabra de italiano. De vez en cuando las redadas policiales expulsan a inmigrantes indocumentados, que son sustituidos inmediatamente.
Alguien debería escribir lo que sucede en los distritos españoles del calzado en Elche y Elda, de las alfombras en Crevillente, del mueble en La Sènia, de la cerámica en Onda, Villareal, l’Alcora o Nules, y en muchos otros.
Son las consecuencias de la globalización.
La región Toscana es famosa por ser una de las principales cunas del Renacimiento. Cuenta con ciudades bellísimas como Florencia, Pisa o Siena. En Toscana trabajaron genios como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. No lejos de Florencia se halla la ciudad de Prato, poco turística, con unos 200.000 habitantes, que desde hace siglos ha sido la capital de la industria textil italiana, especialmente en el sector lanero. Tradicionalmente Prato era conocida por su habilidad en el aprovechamiento de retales de lana.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las principales empresas de Prato fueron destruidas por los alemanes o quebraron. Entonces, una multitud de trabajadores del ramo crearon pequeñas empresas, la mayoría con menos de diez obreros, que pronto se especializaron en una fase o subfase del proceso productivo (hilatura, tejido, confección) dando origen a un entramado de empresas que conjuntamente abarcaban todo el ciclo productivo. Esta concentración de empresas del mismo sector en un territorio se denomina distrito industrial –distretto– posteriormente llamado también cluster. En otros sectores italianos, como el calzado, la madera y el mueble, la cerámica o la joyería, aparecieron distretti similares. Emilia Romagna es otra región que cuenta con numerosos distritos. Hace años trabajé como experto de la Comisión Europea en un proyecto de coordinación de las empresas de la provincia de Pisa. Recuerdo todavía acaloradas discusiones con los empresarios del distrito del mueble de Cascina, cerca de Pisa.
Durante el período 1950-1980, el distrito vivió una gran prosperidad. En Prato se contabilizaban 15.000 telares. La calidad de los tejidos fue aumentando gradualmente, con un mayor contenido de lana virgen. Algunas empresas producían productos sofisticados de cachemira, alpaca o mohair. Se exportaba a los mercados ricos de Alemania, Inglaterra, Francia o Estados Unidos. En 1982 Prato exportó el 75 por ciento de su producción.
Pero en los años 90 del pasado siglo comenzaron a observarse señales de que el distrito pratense se estaba desintegrando. Algunas de sus empresas comenzaron a deslocalizarse al exterior (Europa del este, sudeste asiático). Otras utilizaron proveedores de países de mano de obra barata, en lugar de sus tradicionales suministradores locales. Algunas grandes multinacionales comenzaron a comprar empresas del distrito. Aparecieron discretamente pequeñas empresas chinas dedicadas a la confección. Aumentó el uso de servicios prestados por empresas exteriares a Prato, tales como diseño, calidad, estudios de mercado, informática, etc.
El distrito fue perdiendo su carácter autosuficiente.
En la primera década de este siglo se evidenció algo más grave. Las ventas en los mercados tradicionales exteriores comenzaron a disminuir, incluso en Alemania, debido a la presencia creciente de competidores asiáticos que vendían productos de menor calidad pero a un precio mucho más bajo. En los años 90 China había entrado en la Organización Mundial del Comercio y se permitió que sus productos invadieran Occidente. Muchas empresas de Prato quebraron.
Edoardo Nesi, empresario de tercera generación que tuvo que cerrar su empresa, relata la experiencia en su libro La historia de mi gente (Salamandra, 2012). Muchos telares fueron vendidos a precios de saldo y acabarán en India o Pakistán. Los locales que dejaron las empresas quebradas fueron ocupadas progresivamente por inmigrantes clandestinos chinos que confeccionan prendas con tejidos importados de China y las etiquetan como Made in Italy. Los trabajadores duermen en los propios talleres, al pie de las máquinas de coser, en un ambiente de gran suciedad. Cobran poco, pero mucho más que en la China profunda de donde proceden, en que ganaban unos ocho dólares al mes. No hablan ni una palabra de italiano. De vez en cuando las redadas policiales expulsan a inmigrantes indocumentados, que son sustituidos inmediatamente.
Alguien debería escribir lo que sucede en los distritos españoles del calzado en Elche y Elda, de las alfombras en Crevillente, del mueble en La Sènia, de la cerámica en Onda, Villareal, l’Alcora o Nules, y en muchos otros.
Son las consecuencias de la globalización.
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